El Fraude Taxil: La Mentira Centenaria contra la Masonería
Publicado el 27 de octubre de 2025
La Francmasonería, como institución, ha sido objeto de innumerables mitos y falsedades. Pocas han atraído tanta especulación. Sin embargo, el origen de las acusaciones más grotescas y persistentes, aquellas que vinculan a la orden con el satanismo, no se encuentra en antiguos rituales ni en archivos secretos, sino en la pluma de un notorio farsante del siglo XIX: Leo Taxil. Consideramos que el análisis de este episodio es fundamental para cualquier debate serio sobre nuestra institución.
Para comprender el fraude de Leo Taxil, cuyo verdadero nombre era Gabriel Jogand-Pagès, debemos primero entender el clima de la Europa de finales del siglo XIX. Era una época de intensa hostilidad entre la Iglesia Católica y la Francmasonería.
En 1884, el Papa León XIII publicó la encíclica Humanum genus, un documento que no se andaba con rodeos: declaraba que la humanidad estaba dividida en dos reinos opuestos, el de Dios (la Iglesia) y el de Satanás, identificando a este último directamente con la Francmasonería. Este documento oficial creó un público fértil y ansioso por creer lo peor de la orden.
En este escenario entró Taxil, un conocido escritor anticlerical que, de repente, anunció una dramática y pública conversión al catolicismo. Afirmó que su misión era exponer los horrores que había presenciado dentro de la masonería, reparando así el daño que había hecho a la fe.
Lo que siguió fue una serie de publicaciones sensacionalistas, incluyendo una supuesta historia de la masonería en cuatro volúmenes. La pieza central de su engaño fue la invención de "Diana Vaughan", una supuesta descendiente de un alquimista que, según Taxil, había sido una alta líder en una logia satánica interna llamada el Paladismo.
Las "revelaciones" de Taxil eran deliberadamente grotescas y absurdas. Escribió sobre demonios que visitaban las logias, sobre rituales para invocar a Asmodeo, e incluso sobre un demonio que tocaba el piano en forma de cocodrilo. Afirmó que los masones de altos grados adoraban a Lucifer como el "Dios bueno" y de la luz, en contraposición al "Dios malo" del cristianismo. A pesar de lo fantástico de sus afirmaciones, sus libros fueron un éxito de ventas y recibieron elogios de altos cargos del clero, quienes vieron en ellos la confirmación de sus peores temores.
El engaño culminó el 19 de abril de 1897. Taxil convocó una multitudinaria conferencia de prensa en París, prometiendo presentar por fin a la elusiva Diana Vaughan. En su lugar, subió al escenario y confesó todo.
Declaró que Diana Vaughan nunca había existido y que cada una de sus "revelaciones" había sido una completa invención. Su objetivo, confesó, había sido doble: burlarse de la Iglesia, cuya histeria antimasónica la había hecho crédula a las mentiras más burdas, y burlarse de la propia masonería. Admitió su asombro ante la credulidad del público, declarando que "cuanto más mentía... más convencidos estaban de que yo era un parangón de veracidad". Su objetivo, en sus palabras, había sido el "puro entretenimiento".
Aquí es donde la comedia se convierte en una farsa duradera. El fraude de Taxil fue expuesto por su propio autor hace más de 125 años. Fue un engaño admitido, documentado y cerrado.
Sin embargo, esas mismas mentiras, selectivamente citadas y despojadas del contexto de la confesión final, siguen siendo la "prueba" fundamental utilizada por los autores antimasónicos hasta el día de hoy. Las fantasías de un estafador del siglo XIX sobre adoración a Lucifer siguen siendo la base de los ataques modernos contra la institución.
La Francmasonería, una fraternidad dedicada al desarrollo moral e intelectual del individuo y al servicio de la comunidad, no tiene absolutamente nada que ver con las fantasías luciferinas de Leo Taxil. La persistencia de esta mentira, más de un siglo después de ser públicamente desmentida por su creador, no dice nada sobre la masonería, pero lo dice todo sobre la "ilimitada estupidez humana" que Taxil tanto disfrutó explotar.
Más abajo se adjuntan los extractos de la confesión pública de Leo Taxil.
La Confesión de Leo Taxil
(Basado en la crónica de la conferencia del 19 de abril de 1897 en la Sociedad Geográfica de París, según el texto proporcionado)
(La sala está llena. Léo Taxil sube al atril).
"Señores,
Han tenido la amabilidad de responder a mi invitación, una invitación de carácter especial. Les he prometido las últimas explicaciones sobre el Paladismo y su sacerdotisa, la señorita Diana Vaughan.
Todos ustedes saben por los periódicos cómo, hace doce años, volví a la fe de mi infancia. (Risas)... Un momento, señores. Este detalle es más útil de lo que parece para la claridad de mi relato.
[...]
Comencé mi campaña contra la Masonería... pero ya era conocido como un librepensador, un 'come-curas'. Se hizo evidente que mis ataques no tendrían ningún peso si permanecía en ese bando. No podía hacer nada desde fuera. Pensé que sería mejor fingir una conversión y llevar a cabo lo que llamaría 'una farsa colosal'.
Mi primera acción fue escribir 'Las cartas confidenciales de un Papa'. Luego me reconcilié con la Iglesia en presencia de Monseñor de Cabrières, Obispo de Montpellier. (Risas prolongadas e interrupciones).
Señores, les ruego... Si ustedes mismos no pueden seguir mi argumento, ¿cómo podrán entenderlo los demás?
Mi director espiritual, el Padre Jesuita, me dijo: 'Debe combatir a los masones... Ataque sus doctrinas, no a los hombres'. Le respondí que sus doctrinas ya eran conocidas. 'Bueno', dijo él, 'entonces invente algo'.
[...]
(Taxil detalla entonces cómo creó las logias paládicas, el papel de Albert Pike y los demonios Asmodeo y Bitrú).
Al principio, era solo una mistificación local. Pero entonces, un congreso antimasónico fue convocado en Trento. Fui invitado. Los periódicos católicos me elogiaron. El Nuncio Papal me envió su bendición. Desde ese momento, mi broma se volvió universal.
Pero necesitaba una figura central. Creé a Diana Vaughan.
(Sensación en la sala. El orador se detiene).
Sí, creé a la señorita Vaughan. La busqué en el 'Directorio' de Louisville, Kentucky, donde encontré a varias personas con ese nombre... pero ninguna tenía conexión alguna con mi historia.
Para construir el personaje, primero colaboré con un médico estadounidense en París, el Dr. Charles Hacks. Él escribió 'El Diablo en el Siglo XIX' bajo el seudónimo de 'Dr. Bataille'. Cuando Hacks me dejó, tuve que continuar la publicación solo.
Y ahora, la pregunta esencial: ¿Por qué inventé a Diana Vaughan? ¿Qué hice? Es muy simple. La creé como una antítesis de Juana de Arco. La Masonería afirma ser patriótica... inventé una logia luciferina que era esencialmente antipatriótica. Los masones supuestamente veneraban a Juana de Arco; hice que mi heroína la insultara.
(El ruido y la agitación aumentan en la sala. Se escuchan gritos de: "¡Canalla!", "¡Traidor!", "¡Fuera!").
Déjenme terminar. La culminación de la farsa fue mi informe al Congreso de Trento, donde anuncié la conversión de Diana Vaughan, causada por un milagro... ¡un milagro inventado por mí!
(La indignación estalla. Varios asistentes se abalanzan sobre el escenario. El orador se refugia detrás de una mesa mientras le arrojan objetos. Se produce un tumulto generalizado. El nombre 'Diana Vaughan' se corea irónicamente. Tras varios minutos, Taxil logra hacerse oír de nuevo).
¡Les dije que el Paladismo no existía! ¡Lo inventé yo, de principio a fin!
La Iglesia creyó mis mentiras. Los obispos y cardenales me escribieron. Y lo más increíble: incluso recibí una bendición del Papa León XIII.
Señores, el Paladismo ya no existe, pues nunca existió. Yo soy el único autor de esta farsa de doce años.
(La conferencia termina en un caos total. Taxil es evacuado por la policía entre los gritos y amenazas de una multitud que se siente estafada, no por las mentiras de doce años, sino por la confesión final de la verdad)."